Estamos en el Museo de la Agroindustria Azucarera, una
antigua fábrica reconvertida, en el municipio de Caibarién, provincia de Villa
Clara, en el centro de Cuba, en el que se recrea todos los pasos de la
producción del azúcar.
Casitas de Caibarién |
La industria azucarera sigue siendo uno de los pilares de
la economía del país, a pesar del ‘desplome’, a partir de los años noventa,
cuando pasó de 8,2 millones de toneladas por zafra a poco más de un millón.
En 2003 sus 155 fábricas se redujeron en un 60%, al igual
que las enormes extensiones de tierra destinadas al cultivo de caña. En el
último quinquenio, la mayor producción lograda fue de 1,4 millones de
toneladas, en 2008.
Este año pasado, 2011, se inició un programa de
modernización, bautizado como ‘proyecto vitrina’, bajo tres principios: nuevas
tecnologías, agricultura de precisión y automatización del sector.
‘Un Ingenio piloto, ‘Jesús Rabí’, 160 kilómetros al este
de la Habana, pionero del Proyecto, concluyó la zafra anterior con 40.650
toneladas de azúcar, 9.000 por encima del plan, y dos de sus cooperativas
lograron rendimientos de 82,5 y 91,- toneladas de caña por hectárea, más del
doble del promedio nacional (32,5) y hasta por encima de las 73,5 toneladas de
Brasil, la más alta del área’ (Cubadebate).
Tradicionalmente, para mover esta industria era
fundamental la fuerza animal, tanto humana como bovina, aspectos que se nos van
desvelando a medida que recorremos todos los pasos que componen el proceso.
A partir del siglo XIX, la fuerza empleada en estas
fábricas se obtenía de la máquina de vapor. Por eso, a nadie extraña que en el
mismo recinto encontremos también toda una exhibición de locomotoras de vapor,
que, por otra parte, eran fundamentales para el transporte de sus productos.
Tren de vapor |
Desde el propio recinto de la fábrica-museo se inicia un
agradable paseo en un tren de dos vagones abiertos y encapotados, con tracción
de una de esas reliquias de vapor, que traslada a los ocasionales turistas
hasta la cercana y encantadora villa de Remedios.
A los lados de la vía van quedando casitas surgidas de un
cuento de hadas, habitadas por niños que también parecen de algún siglo pasado,
y, con bastante frecuencia, consignas subidas en pedestales. También dos
enormes rótulos escultóricos, para que todos sepan de dónde venimos y hacia
donde nos dirigimos, y pequeñas calesas tiradas por un caballo.
En realidad podemos afirmar que todo el recorrido forma
parte de un museo, incluso la Estación de llegada, con sabor decimonónico
(recibimiento incluido) traído hasta nuestros días por un elenco de actores,
del que parecen formar parte todos los moradores de esta histórica villa. Todo
ello con gran encanto y profesionalidad para deleite del forastero.